miércoles, 11 de febrero de 2009

cuentin viejin



Y si en tu sueño, soñaras?

Corre la cortina púrpura con lentitud para asomar la cabeza y así, ver a través de la ventana, las primeras gotas de lluvia otoñal. Vuelve a correrla para así dejarla en su posición inicial. El día le apasiona. Mientras prepara un té con limón en una de las nuevas tazas que había comprado, Martina mira su reloj el cual le indica que solo le queda media hora para llegar a su clase de pintura. Vuelve hacia la sala de estar sosteniendo la taza con su mano derecha, de fondo logra percibir el sonido del ascensor que se estacionaba en su piso, se escucho el timbre de la puerta de Osvaldo, tal vez lo estaría visitando su hija Inés. Toma el té sin apuro, puesto que no sentía ansiedad, y mientras tanto miraba hacia afuera a través de un lugarcito entreabierto que logro encontrar entre las cortinas. El viejo sillón de la sala le brindaba una gran comodidad.
Vistió unos jeans viejos, con roturas tales como arrugas que indicaban el paso del tiempo, unas medias color verde oscuro, un sweter también gastado color negro invadido de bolitas de lana (las cuales pensaba quitar con una maquinita afeitadora cada vez que las veía, luego lo olvidaba y las bolitas perduraban en su morada de lana hacía ya un largo tiempo), por último calzó unas zapatillas negras de lona. Antes de salir lavo la taza, agarro su bolso cargado de témperas, crayones, acuarelas, pinceles, lápices y demás, sin olvidar la carpeta con hojas canson número seis blancas. 
La puerta retumbó, y después de siete cuadras pisaba el segundo escalón del Instituto.
Apenas entró saludo tímida, pero amablemente a cada compañero. Cuando Adrián, su profesor llegó, ella sólo pudo sonrojarse y sonreír en forma de saludo cordial, sin ningún tipo de insinuación. 
La clase comenzó y poco a poco fue sacando cada herramienta de trabajo de su bolso colocándolas en su mesita de madera sin barnizar. Tomó una hoja y empezó a pintar con témperas un gran camino de color amarillo; a los costados, una gran vegetación túpida y en el medio del mismo una niña que vestía un hermoso vestido púrpura con un moño color celeste sujetando sus cabellos castaños, calzando unos zapatos blancos. Aquella observaba con gran fuerza y tristeza a un globo color rosado que se alejaba cada vez mas. La pequeña se veía triste, con un gran desconsuelo. A lo largo del camino Martina pintó juguetes y golosinas, las pequeñas huellas de la niña se veían cada vez más grandes a medida que el camino avanzaba.
Mientras guardaba cada herramienta en su bolso para regresar a casa, Adrián comenzó a acercarse hacia ella con pasos firmes, su andar era realmente encantador y sus manos bailaban en el aire. La miró sólo un instante y la besó. Probablemente ella nunca lo hubiera esperado. En ese lugar, en ese momento, todo era muy confuso. No era tal como ella solía soñarlo cada noche, pero su corazón no la dejó pensar en mas nada, solo la invito a deleitarse con aquel beso, que era el mas dulce y esperado de la Tierra. Mientras ella sentía una armonía indescriptible, él la sostenía de la cintura con su mano derecha y con la izquierda acariciaba el rostro como si éste fuese la copa mas frágil del mundo. Ella fue feliz, sintió una inmensa felicidad.
De pronto una copa cayó al piso. Martina lloró mucho y no entendía por qué. Despertó en su departamento ubicado en la calle Bartolomé Mitre al 1570. Atónita, aturdida, desconsolada. Sin saber como reaccionar. Abrió el cajón de su mesita de luz y sacó unos blancos pañuelos de tela con los que pudo secarse las lagrimas.
Fue hasta el baño, se miró al espejo y terminó por reírse, aunque esa risa estaba cargada de un gran dejo de tristeza.
Corrió hacia su baúl, en el mismo guardaba cientos de cosas, cartas, boletos de colectivos que había tomado en fechas importantes, papeles de golosinas, su primer muñeca, libros, entre tantas cosas mas. Hasta que al fin encontró lo que tanto buscaba, una frase que guardaba tal como si fuese oro. Ésta decía: “¿Y si durmieras? ¿Y si en tu sueño, soñaras? ¿ Y si soñaras que ibas al cielo y allí recogías una extraña y hermosa flor? ¿Y si cuando despertaras tuvieras una flor en tu mano?¿ Ah, entonces qué?”. Terminó por decir en voz alta: “por Coleridge”. Suspiro y penso “ Los sueños se hacen realidad”, su alma se llenó de esperanzas.
Se sentó en el sillón del living, pudo ver como comenzaban a caer las primeras gotas otoñales. Se acercó y corrió lentamente la cortina púrpura, miró hacia fuera y contempló el crepúsculo. Lo adoraba. Volvió al sillón y continuó observando las gotas que corrían por la ventana desde ese punto. Pisó nuevamente la alfombra azulada, pero esta vez sus pies marcaron otro rumbo. Llegó a la cocina y tomó una de las tazas que hacia unos días había recibido como regalo de cumpleaños. Eran verdes. Hubiese preferido comprar unas que tenía en vista...en fin, el pensamiento se esfumó y puso a calentar un té con leche en el microondas, de manera tal, que actuara como calefacción contra esa tarde de frío. Miró el reloj de la cocina y pudo advertir que todavía faltaba para su clase de teatro. Mientras tanto prendió la televisión pero nada logró distraerla, el sueño que la había lamentablemente despertado no la dejaba concentrarse. Lo recordaba constantemente. De un momento a otro se perdió mirando el blanco techo de la sala, en la imaginación las horas pasan mas rápido, y además, pasan como a uno le gustaría. ¡Pero así pasaron!. Bruscamente volvió la cabeza para divisar la hora, ya era tiempo de alistarse. Tomó los libretos guardados en su carpeta, el paraguas escondido detrás de la puerta de entrada y caminó casi corriendo hasta la parada del colectivo. Esperando en la parada, todavía sacudía sus pies que un gran baño celestial habían recibido durante la caminata. Observó la calle, tan infinita, tan llena de personas, ¿ que seria de la vida de todos ellos? Que cosas los harían ponerse felices, que cosas les aquejarían en su alma. El anochecer estaba hermoso, y sintió una armonía especial que la hizo sonreír.
El colectivo frenó y Martina bajó el último escalón. Pasó por un quiosco y recordó que debía comprar una colita para el pelo, la cual fue requerida por la profesora, ya que estaba terminantemente prohibo asistir con el pelo suelto. Eligió una color púrpura no tan grande y continuo su camino.
Rápidamente buscó una de las butacas del teatro para no perder por completo la propuesta de trabajo, su demora la obligó a ojear de manera evidente los apuntes de Hernán, su compañero. En pocos minutos lo teórico había finalizado y estaba por darse inicio a la parte práctica de la clase. Al levantarse de la butaca vió entrar a Adrián, que como siempre llegaba tarde. Hoy mas que de costumbre. No pudo evitar sonreírle y sonrojarse. La clase ahora sí tenia mucho sentido. Antes de cerrar su cuaderno preguntó la fecha y la escribió.
Las dos horas de teatro habían finalizado, instantes después Martina y Adrián salían juntos del Instituto como eventualmente venía sucediendo.
Caminaron unas cuadras hasta llegar a una placita chiquita, de barrio, escondida. Adrián vestía un pantalón de corderoy marrón con un sweter (no muy abrigado) color negro un tanto gastado por el paso del tiempo. Su pelo se movía con el viento de la noche, tenía esa peculiar manera de mover las manos al hablar. Estaba inquieto y sonreía mostrando sus blancos dientes. Sentada junto a él con su diminuto cuerpo se quitaba la mochila de los hombros apoyándola en el banco en donde permanecían sentados desde hacia ya media hora.
Hablaron horas como solían hacerlo sin parar. Pero algo le intrigaba, no se animaba a preguntarlo. 
De golpe su atención logro ser desviada del paquete que él tenia en manos. Volvió a acomodar la mochila sin ningún sentido, pero si con una razón, los nervios la inquietaban. Adrián estaba diciéndole que iba a irse de la ciudad, que soñaba con viajar, con encontrar trabajo en algún otro lugar y estar mas tranquilo. La mirada de Martina pudo verse inundada en un charco de tristeza y soledad, se observaron tiernamente y terminaron por estallar sus cuerpos en un fuerte abrazo. Lo abrazó como si no fuera a soltarlo jamas, y de su boca salió el mas sincero “No te vayas Adrián, te amo”. Él la miro como si estuviese apreciando la mas frágil copa de cristal en el mundo. Se alejó unos centímetros sin decir nada, tomó el paquete y se lo dió. Era lo que ella tanto miraba desde que lo vió entrar al teatro. Lo abrió secándose las últimas lágrimas y descubrió un cuadro. Lo hice para vos –dijo Adrián sonriente -. Era un camino amarillo; a los costados del mismo se podía observar una hermosa vegetación túpida, en el medio, una niña vestida con un traje color púrpura que sólo se dignaba a mirar un globo rosado que se alejaba cada vez mas de ella. Disperos sobre el lienzo muchos juguetes y golosinas yacían tirados en el camino.
Cuando Martina vio este cuadro sólo pensó en volver a abrazarlo muy fuerte y darle el beso mas hermoso del mundo. Fue un momento verdaderamente mágico en su vida, jamás lo olvidó. Cuando al fin se separaron de tanta pasión y alegría, él la miro y solo dijo -“ Te venís conmigo?”-.
Bostezó, eran casi las 12 - demasiado tarde, pensó- . Sonrío por el final del cuento que su tía había obsequiado hacia unos días. Lo dejó sobre su mesita de luz, tomó el último sorbo de té, apagó la luz y antes de cerrar los ojos estiró su preciado acolchado púrpura.

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